Estas
entre el último y antepenúltimo vagón, es decir el penúltimo por la cola.
Sentada, con la música en tus oídos y aquella mirada no sé, desafiante. María que sorpresa verte ¿me
recuerdas? Pensé en decirte eso, pero fin de la historia con tu abrigo marinero
llegaste a tu destino, es verdad aun lo recuerdo tu vivías en Hernán Cortés
número 7, pero no espera hay algo que se me olvido decirte.
Último curso de instituto, Mario era aquel chico que
parecía como los demás, pero no era como tal. Tenía un gran remolino en el lado
izquierdo, que le provocaba una onda perfecta, mientras el resto de su pelo iba
por otra parte. Parecía un déspota, un chulo y podía, pero lo que más era, era un
tipo especial a los que seguías por el rabillo del ojo, te hablaba, se iba por
las ramas, te entretenía te hacia reír y a veces escupía cualquier borderia,
pero él no se daba cuenta y tenías que perdonarlo. Tenía una sonrisa azul ¿y
que es una sonrisa azul? Pues de
mar, salada, blanca que te podías ahogar
con ella, aunque no quisieras.
Último curso y cuatro menos de diferencia. Mario no era el
capitán del equipo de futbol, ni de baloncesto, él se durmió para las pruebas y
lo único que le quedo fue el club de ajedrez.
Allí fue, sin distinguir un peón de un alfil y fue cuando se encontró
con ella. Dos chicas en una mesa, una preguntaba datos y la otra, la otra hacia
garabatos en papel y no hacía caso. ¿Oye tu juegas? María no contesto, ¿que si
tú juegas volvió a preguntar? ella dijo que no. Pero si jugaba, María era la
rara niña de 14 años, no era muy alta, ni muy guapa, delgada, carecía de cualquier
sentido de la vergüenza y tenía un pelo, tiene aún un pelo largo, de esos que
necesitas enredar entre tus dedos antes de dormir, oler y hacer ochos..
Pero aquello no era lo que más le gustaba a él, la miraba,
la hablaba y él no sabía cómo, pero perdía la noción del tiempo, se perdía en
sus pupilas, entre sus gestos, era tal su expresividad que arrancaba su
inocencia y parecía una mujer. Quería tocarla pero no estaba seguro de aquella
empresa.
Todos los martes había club de ajedrez, María ni siquiera
era miembro, no daba la edad, pero se enteró que el de último curso iría y allí
estaba. Como siempre enfundada en su aridez externa pero siendo como una pompa
de jabón interna. Mario dijo hola, ella lo mismo y ahí termino su palique.
Martes siguiente María fue a la cafetería y pidió algo de merendar, él se ofreció a
pagárselo, pero antes de nada ella lanzo dos monedas a la repisa y se fue. Mario
empezó a pensar que tal vez aquella chica, no entendía muy bien el castellano.
Ese mismo día el régimen de distancia disminuyó, hasta tal punto que María le
hablo a la salida ¿tienes fuego? No y eres muy pequeña para andar con eso en la
boca ¿Dónde vives? En Hernán Cortés, vale me pilla de paso te acompaño, dijo él.
Sin saber cómo, el empezó con sus cosas, le conto que
Hernán Cortés era un español que colonizó México en el siglo XVI, que colonizar
viene de Cristóbal Colon y que el tomate, maíz, aguacate y chocolate lo
trajeron de allá. Ella mientras lo miraba, le encantaba y guardaba con disimulo
su embelesamiento, claro no quería parecer tonta.
Mario tomo por costumbre acompañarla y siempre le hacia la
misma pregunta ¿Dónde vives? Hernán Cortes y empezaba otra vez con aquella
historia, ella resoplaba de la risa. Los
dos estiraban, estiraban su conversación cual goma de mascar, cada día y se lo pasaban el
uno al otro, de boca en boca y sin tocarse.
Un mal día, lo digo porque llovía, Mario en su paraguas
volvía a casa, ya no venia del club de los prigaos, sino del parque y se la
encontró claro, estaba empapada y rehusaba cualquier tipo de ayuda. De verdad
eres más tonta, metete debajo y ponte mi sudadera, ¡Que no! Le grito María al
tiempo que se agachaba a atarse el cordón. Fue entonces cuando consumaron sus
ganas, si María se levantó y el la empujo, la empujo tan fuerte contra él y su
boca, que no hubo capacidad de reacción, simplemente excitación. A él le ardía
el pecho, el pantalón y ella, le busco las manos, las encontró y las soltó para
agarrarle de su cara, de su pelo, los dos querían permanecer allí ensamblados,
pues nunca un beso tan encontrado fue tan deseado.
Seguía lloviendo a mares pero eso no fue lo que les separó,
alguien empujo fuerte sobre los hombros de Mario y lanzo un puño a su ojo. Mario
era un tio espabilado y su ojo no quedo morado. Tras un “cómo te acerques a mi
hermana te mato” la fragilidad del momento se reventó. Como cuando estalla una
luna y dominado por la luna rota, Mario escupió “no te preocupes primero me voy
a tirar a sus amigas, tu hermana para el final” No, mierda ¿Cómo pudiste decir
eso? Ella era lo que más bien te hacía, erais dos, pero os habíais vuelto dos
estúpidos y torpemente especiales, teníais ese poder el uno para el otro.
Mario apretó la mandíbula, se hizo sangre en el labio
pidiendo que ella le mirara, que la rara de 14 años, le soltara “eres un
gilipollas” pero no fue así. Se dio la vuelta y hasta hoy, diez años más tarde
en el penúltimo vagón de metro, bueno mentira, algo más pasó.
Mario, tonto en sí mismo, pasaba por delante y por detrás
de Hernán Cortes, iba a su patio en el recreo, día si y día también, meses y
ella le transformo en un cero a la izquierda. Hasta que un día, a través de una
valla, a sabiendas de la presencia el uno del otro, María se levantó de las
gradas y fue a besar a otro del último curso. Así le pago, como cuando un
gitano condena a otro.
El gallo Mario dejo de respirar por unos segundos, pero no
le quedó otra que sonreír, sonrió, pero por el lado malo. Quería agarrarla de
la mano, sacarla de allí y preguntarle ¿Por qué? ¿Por qué le regalo su
indiferencia y le hizo eso? Al tiempo que se crujía los dedos, para estampar al
utilizado. Pero no hizo nada de esas cosas, la miro como cuando no ves a nadie
y siguió su camino a zancadas y escaleras arriba.
Lo mismo que la última vez juntos, ella cerro los ojos y
deseo cualquier barbaridad de Mario, pero ni rastro de las palabras, se deshizo
del muchacho y su pompa interior estalló. Todo le lloraba. Y así paso, él se
marchó a la universidad y diez años más tarde, el mismo vagón les llevaba, no
se sabe a qué destino.
María perdóname, perdona mis palabras, tan solo era un crio
imbécil atontado e incluso atormentado por ti, que no quería acostarse con
nadie, es más hubiera esperado por ti, todo el tiempo que hubieras querido,
porque solo tenía ojos para ti.
Mario lo siento, te veía en todos lados, quería darte un
tortazo y dos, quería abrazarte y
decirte que tú eras el único, el único a quien quería encontrar entre mis
sabanas, el único que esperaba encontrar bajo mi almohada.
Y hasta aquí puedo contaros, todavía queda una parada para
Hernán Cortes.
Tal vez alguno se levante y se quite ese peso de encima, tal
vez confiese que aún recuerda el sentir de ese beso, tal vez sea una tontería,
tal vez exista un anillo en el dedo de Mario y tú te sientas ridícula, tal vez,
tal vez no exista compromiso por ninguna parte, tal vez Mario no dejó de pensar
en tu pelo, tal vez María mira a otros y se pierda entre ocasiones fallidas.
Tan solo tú eres dueño de tu tal vez y como te digo aún
queda una parada.
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